Cuarto periodo

SALVACION

Significa ser conservado sano, o liberado, de algún peligro o alguna destrucción. Puede tratarse de liberación de las manos de opresores o perseguidores. Mediante su Hijo, Jehová proporciona a todo cristiano verdadero liberación del presente sistema de cosas inicuo, así como salvación de la esclavitud al pecado y la muerte. Para una gran muchedumbre de siervos fieles de Jehová que viven durante los “últimos días”, la salvación incluirá el ser conservados con vida a través de la gran tribulación.

Dios desea que todos los descendientes de Adán se arrepientan, y generosamente ha hecho provisión para el perdón de los pecados de los que se arrepientan. Pero no obliga a nadie a aceptar dicha provisión. (Compárese con Deuteronomio 30:15-20.) Muchos la rechazan. Se parecen al hombre que se está ahogando y empuja a un lado el salvavidas que le arroja alguien deseoso de ayudarle. Pero debe notarse que la opción en el caso de los que no se arrepienten no es pasar una eternidad en un infierno de fuego.

CIELO

El término hebreo scha·má·yim (siempre en plural), que se traduce “cielo(s)”, parece designar en su sentido básico lo que es “alto” o “encumbrado”. (Sl 103:11; Pr 25:3; Isa 55:9.) La etimología de la palabra griega para cielo (ou·ra·nós) es incierta. Existen varia definiciones de cielo, veamos algunas.

Los cielos físicos. En el lenguaje original el término cielo abarca el ámbito completo de los cielos físicos, y el contexto por lo general ayuda a precisar su significado.

La atmósfera terrestre. La palabra “cielo(s)” puede aplicar a toda la atmósfera terrestre, donde se forman el rocío y la escarcha (Gé 27:28; Job 38:29), donde vuelan los pájaros (Dt 4:17; Pr 30:19; Mt 6:26), donde soplan los vientos (Sl 78:26), donde resplandece el relámpago (Lu 17:24) y donde están las nubes que dejan caer su lluvia, nieve o piedras de granizo (Jos 10:11; 1Re 18:45; Isa 55:10; Hch 14:17). A veces “cielo” se refiere al firmamento o bóveda celeste. (Mt 16:1-3; Hch 1:10, 11.)

Espacio sideral. Los “cielos” físicos comprenden tanto la atmósfera terrestre como las regiones del espacio sideral con sus cuerpos estelares, “todo el ejército de los cielos”: el Sol, la Luna, las estrellas y las constelaciones. (Dt 4:19; Isa 13:10; 1Co 15:40, 41; Heb 11:12.) En el primer versículo de la Biblia se alude a la creación de esos cielos estrellados antes de la preparación de la Tierra para la vida del hombre. (Gé 1:1.) Tanto estos cielos como la expansión, muestran la gloria de Dios, pues son la obra de sus “dedos”. (Sl 8:3; 19:1-6.)

Cielos espirituales. Las mismas palabras del lenguaje original que se utilizan para referirse a los cielos físicos se aplican también a los cielos espirituales. Como se ha visto, Jehová Dios no reside en los cielos físicos, pues es un Espíritu, pero como es “Alto y Excelso” y reside en “la altura” (Isa 57:15), es apropiado el uso de esta palabra hebrea, cuyo sentido básico es “elevado” o “encumbrado”, para designar la “excelsa morada de santidad y hermosura” de Dios. (Isa 63:15; Sl 33:13, 14; 115:3.)

DANIEL

Segundo hijo de David nacido en Hebrón; su madre fue Abigail. (1Cr 3:1.) Sobresaliente profeta de Jehová que pertenecía a la tribu de Judá, y escritor del libro que lleva su nombre. Se sabe muy poco de su juventud, si bien se dice que se le llevó a Babilonia, probablemente cuando era un príncipe adolescente, junto con otros miembros de la realeza y de la nobleza. (Da 1:3-6.) Esto ocurrió en el tercer año (como rey tributario a Babilonia) del reinado de Jehoiaquim, año que dio comienzo en la primavera del 618 a. E.C. (Da 1:1.) Después de la ignominiosa muerte de Jehoiaquim, su hijo Joaquín gobernó durante unos meses antes de rendirse. A principios del año 617 a. E.C. Nabucodonosor se llevó al cautiverio a Joaquín y otros “hombres de nota”, así como al joven Daniel. (2Re 24:15.)

DANIEL Y EL HORNO ARDIENTE

Nabucodonosor erigió en la llanura de Dura una imagen de oro que medía 60 codos (27 metros) de altura y 6 codos (2,7 metros) de anchura, al parecer con el objetivo de fortalecer la unidad de su imperio. Hay quienes creen que era una simple columna u obelisco. Por otra parte, puede que consistiera en un pedestal muy alto sobre el que se alzara una enorme estatua con forma humana, que representara tal vez a Nabucodonosor mismo o al dios Nebo. En cualquier caso, el imponente monumento constituía un símbolo del Imperio babilónico, y todos debían verlo y venerarlo como tal (Daniel 3:1). Pero los  judíos, sabían del mandato de  “No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva” (Éxodo 20:4, 5). Por consiguiente, cuando comenzó la música y los reunidos se postraron ante la imagen, tres jóvenes hebreos —Sadrac, Mesac y Abednego— permanecieron de pie (Daniel 3:7).

Enfurecido, Nabucodonosor ordenó a sus siervos que calentaran el horno siete veces más que de costumbre y luego mandó a “ciertos hombres físicamente capacitados de energía vital” que ataran a Sadrac, Mesac y Abednego y los arrojaran en el “horno ardiente de fuego”. Siguiendo sus instrucciones, los echaron en el fuego,  atados y vestidos por completo, quizá para que ardieran lo más rápidamente posible. No obstante, fueron los siervos de Nabucodonosor quienes perecieron abrasados (Daniel 3:19-22).

Pero algo insólito estaba ocurriendo. Aunque Sadrac, Mesac y Abednego se hallaban en medio del horno de fuego, las llamas no los consumían. ¡Imagínese el asombro de Nabucodonosor! Pese a que los habían arrojado bien atados a aquel fuego devorador, aún seguían con vida, y hasta se paseaban entre las llamas con toda libertad. Pero Nabucodonosor se percató de algo más. “¿No fueron tres los hombres físicamente capacitados que arrojamos atados en medio del fuego?”, preguntó a los encumbrados funcionarios reales. “Sí, oh rey”, respondieron. Nabucodonosor gritó: “¡Miren! Contemplo a cuatro hombres físicamente capacitados que se pasean libres en medio del fuego, y no sufren daño, y la apariencia del cuarto se asemeja a un hijo de los dioses” (Daniel 3:23-25).

Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno ardiente y exclamó: “¡Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios Altísimo, salgan y vengan acá!”. Los tres hebreos salieron caminando de en medio del fuego y sin duda dejaron atónitos a cuantos presenciaron aquel milagro, entre ellos los sátrapas, prefectos, gobernadores y altos funcionarios. ¡Era como si aquellos tres jóvenes nunca hubieran entrado en el horno! Ni siquiera olían a humo, y ni uno solo de sus cabellos se había chamuscado (Daniel 3:26, 27).

DANIEL Y EL FOSO DE LOS LEONES

El rey de Babilonia es ahora un hombre llamado Darío. Daniel le agrada mucho a él por lo bueno y sabio que es, y Darío lo hace un gran gobernante en su reino. Por esto, otros hombres envidian a Daniel, y hacen esto:

Van a donde Darío y dicen: ‘Todos queremos, oh rey, que hagas una ley que diga que por 30 días nadie debe orar a ningún dios ni hombre sino a ti, oh rey. Si alguien desobedece, debe ser echado entre los leones.’ Darío no sabe por qué estos hombres quieren esta ley. Pero cree que es buena idea, y escribe la ley. Ahora la ley no puede ser cambiada.

Cuando Daniel oye de esto, va a su casa y ora como siempre lo ha hecho. Los hombres malos sabían que Daniel no dejaría de orar a Jehová. Se alegran, porque parece que van a alcanzar lo que quieren, librarse de Daniel.

Cuando el rey Darío se da cuenta de lo que está pasando, se pone triste. Pero no puede cambiar la ley, y tiene que mandar que echen a Daniel en el hoyo de los leones. Pero el rey le dice a Daniel: ‘Espero que el Dios a quien tú sirves te salve.’

Darío está tan inquieto que no puede dormir esa noche. A la mañana siguiente corre al hoyo de los leones. Ahí lo ves. Él grita: ‘¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Te pudo salvar de los leones el Dios a quien sirves?’

Dios envió su ángel,’ contesta Daniel, ‘y cerró la boca de los leones para que no me hicieran daño.’

El rey se alegra mucho. Manda que saquen a Daniel del hoyo. Entonces echa entre los leones a los hombres malos que trataron de librarse de Daniel. Hasta antes de que estos hombres malos lleguen al fondo del hoyo de los leones, éstos los agarran y les rompen todos los huesos.

Entonces el rey Darío escribe a todo su reino: ‘Respeten todos al Dios de Daniel. Él hace grandes milagros. Él salvó a Daniel de que se lo comieran los leones.’ Daniel 6:1-28.