Tercer periodo

JESUS

El nombre Jesús (gr. I·ē·sóus) corresponde al nombre hebreo Jesúa (o Jehosúa, su forma completa), que significa “Jehová Es Salvación”. Era un nombre bastante común en aquel tiempo. Por eso, con frecuencia se precisaba especificar diciendo “Jesús el Nazareno”. (Mr 10:47; Hch 2:22.) El título Cristo viene del griego Kjri·stós, cuyo equivalente en hebreo es Ma·schí·aj (Mesías), que significa “Ungido”. Aunque el término “ungido” se aplicó apropiadamente a otros hombres anteriores a Jesús, como Moisés, Aarón y David (Heb 11:24-26; Le 4:3; 8:12; 2Sa 22:51), el puesto, cargo o servicio para el que se les ungió solo prefiguró o tipificó el puesto, cargo y servicio superiores de Cristo Jesús. Por consiguiente, Jesús es por excelencia y de modo singular “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. (Mt 16:16)

Existencia prehumana. La persona que llegó a ser conocida como Jesucristo no empezó su vida aquí en la Tierra. Él mismo habló de su existencia celestial prehumana. (Jn 3:13; 6:38, 62; 8:23, 42, 58.)

Si los cálculos de los científicos modernos sobre la edad del universo material se aproximan a la realidad, la existencia de Jesús como criatura  celestial empezó miles de millones de años antes de la creación del primer ser humano. (Compárese con Miq 5:2.) El Padre se valió de su Hijo primogénito celestial para crear todas las demás cosas (Jn 1:3; Col 1:16, 17), entre ellas los millones de otros hijos de la familia celestial de Jehová Dios (Da 7:9, 10; Rev 5:11), así como el universo material y las criaturas que al principio se colocaron en él. Lógicamente, Jehová se dirigía a este Hijo primogénito cuando dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. (Gé 1:26.) Todas estas otras cosas no solo fueron creadas “mediante él”, sino también “para él”, como el Primogénito de Dios y el “heredero de todas las cosas”. (Col 1:16; Heb 1:2.)

Su nacimiento en la Tierra. Durante el tiempo que su madre María estaba comprometida para casarse con José, se halló que estaba encinta por espíritu santo antes que se unieran”. (Mt 1:18.) Previamente, el mensajero angélico de Jehová había informado a la muchacha virgen, María, que ‘concebiría en su matriz’ como resultado de que el espíritu santo de Dios viniera sobre ella y Su poder la cubriera con su sombra. (Lu 1:30, 31, 34, 35.) Puesto que hubo una verdadera concepción, parece ser que Jehová fertilizó un óvulo en la matriz de María y transfirió la vida de su Hijo primogénito de la región de los espíritus a la Tierra. (Gál 4:4.) Solo de ese modo podría conservar su identidad el niño que iba a nacer, es decir, ser la misma persona que había residido en el cielo con el nombre de la Palabra, y llegar a ser un verdadero hijo de María y por consiguiente un genuino descendiente de sus antepasados Abrahán, Isaac, Jacob, Judá y el rey David, y heredero legítimo de las promesas divinas que ellos recibieron. (Gé 22:15-18; 26:24; 28:10-14; 49:10; 2Sa 7:8, 11-16; Lu 3:23-34;) Por consiguiente, es probable que el hijo que nació se pareciera a su madre judía en ciertos rasgos físicos.

MARIA

María, la madre de Jesús. Era hija de Helí, aunque en la genealogía de Lucas se lee que José, el esposo de María, era “hijo de Helí”. La Cyclopædia (de M’Clintock y Strong, 1881, vol. 3, pág. 774) dice: “Es sabido que los judíos trazaban su árbol genealógico únicamente por el nombre del varón, y cuando el linaje del abuelo pasaba al nieto por medio de una hija, se omitía el nombre de esta y se ponía el de su esposo como hijo del abuelo materno (Núm. XXVI, 33; XXVII, 4-7)”. Esta debió ser la razón por la que el historiador Lucas dice que José era “hijo de Helí”. (Lu 3:23.)

María era de la tribu de Judá y descendiente de David. Por consiguiente, se podía decir que su hijo Jesús “provino de la descendencia de David según la carne”. (Ro 1:3.) Por su padre adoptivo José, descendiente de David, Jesús tenía el derecho legal al trono de David, y por su madre, como “prole”, “descendencia” y “raíz” de David, tenía el derecho hereditario natural al “trono de David su padre”. (Mt 1:1-16; Lu 1:32; Hch 13:22, 23; 2Ti 2:8; Rev 5:5; 22:16.)

Si la tradición está en lo cierto, Ana fue esposa de Helí y madre de María. Una hermana de Ana tuvo una hija llamada Elisabet, que fue la madre de Juan el Bautista. Según esa tradición, Elisabet era prima de María. Las Escrituras dicen que María estaba emparentada con Elisabet, que era “de las hijas de Aarón”, de la tribu de Leví. (Lu 1:5, 36.) Algunos piensan que Salomé, esposa de Zebedeo y madre de Juan y Santiago, dos de los apóstoles de Jesús, era hermana de María. (Mt 27:55, 56; Mr 15:40; 16:1; Jn 19:25.)

PARAISO

Parque hermoso, o jardín semejante a un parque. La palabra griega pa·rá·dei·sos aparece tres veces en las Escrituras Griegas Cristianas. (Lu 23:43; 2Co 12:4; Rev 2:7.) Desde Jenofonte (c. 431-352 a. E.C.), los escritores griegos han empleado dicha palabra (pairidaeza), y Pólux la atribuye a fuentes persas. (Ciropedia, I, III, 14; Anábasis, I, II, 7; Onomasticón, IX, 13.) Algunos lexicógrafos opinan que la palabra hebrea par·dés (cuyo significado primario es parque) se deriva de la misma fuente. No obstante, dado que Salomón (siglo XI a. E.C.) usó par·dés en sus escritos y los escritos persas existentes solo se remontan hasta el siglo VI a. E.C., tal etimología del término hebreo es solo una conjetura. (Ec 2:5; Can 4:13.) El otro uso de par·dés se registra en Nehemías 2:8, donde se hace referencia a un parque de árboles perteneciente al rey persa Artajerjes Longimano, en el siglo V a. E.C. Sin embargo, los tres términos (heb. par·dés, persa pairidaeza y gr. pa·rá·dei·sos) transmiten la idea básica de un parque hermoso o un jardín parecido a parque. El primer parque de esas características fue el que el Creador del hombre, Jehová Dios, hizo en Edén. (Gé 2:8, 9, 15.) En hebreo se le llamó gan, “jardín”, aunque debió ser como un parque por su tamaño y naturaleza. La Versión de los Setenta griega utiliza apropiadamente la palabra pa·rá·dei·sos para referirse a ese jardín. Por causa del pecado, Adán perdió su derecho a vivir para siempre en aquel paraíso, un derecho representado por el fruto de cierto árbol señalado por Dios que se hallaba en el centro del jardín. El jardín de Edén debe haber estado cercado de alguna manera, pues solo hubo que colocar ángeles en el lado oriental para impedir la entrada al hombre. (Gé 3:22-24.)

VIDA

Es el estado de actividad. Existencia animada de un ser o duración de esa existencia. Las formas de vida terrestres por lo general poseen la facultad de crecer, metabolizar, responder a estímulos externos y reproducirse. La palabra hebrea de la que se traduce vida en las Escrituras es jai·yím, y la griega, zō·ḗ. También se utiliza el término hebreo né·fesch y el griego psy·kjḗ —ambos significan “alma”— para hacer referencia a la vida, no en sentido abstracto, sino a la vida como persona o animal. (Compárese el uso que se les da a las palabras “alma” y “vida” en Job 10:1; Sl 66:9; Pr 3:22.) La vegetación tiene vida en el sentido de que posee la facultad de crecer, reproducirse y adaptarse, pero no tiene vida como alma. En lo que respecta a la creación inteligente, la vida en el sentido pleno equivale a existencia en estado perfecto y el derecho a disfrutarla.

 

MUERTE

Es el cese de todas las funciones vitales; por lo tanto, lo contrario de la vida. (Dt 30:15, 19.) En la Biblia, se aplican las mismas palabras del lenguaje original que se traducen “muerte” o “morir” tanto al hombre como a los animales y plantas. (Ec 3:19; 9:5; Jn 12:24; Jud 12; Rev 16:3.) Sin embargo, en el caso de los humanos y los animales, la Biblia muestra la función esencial de la sangre en mantener la vida al decir que el “alma de la carne está en la sangre”. (Le 17:11, 14; Gé 4:8-11; 9:3, 4.) Tanto del hombre como de los animales se dice que ‘expiran’, esto es, ‘exhalan’ el aliento de vida (heb. nisch·máth jai·yím). (Gé 7:21, 22; compárese con Gé 2:7.) Y las Escrituras muestran que tanto en el hombre como en los animales la muerte sigue a la pérdida del espíritu (fuerza activa) de vida (heb. rú·aj jai·yím). (Gé 6:17, nota; 7:15, 22; Ec 3:19)