Cuarto periodo

DAVID

Este pastor, músico, poeta, soldado, hombre de estado, profeta y rey, sobresale entre los personajes de las Escrituras Hebreas. Fue un valiente luchador en el campo de batalla y supo aguantar dificultades. Este caudillo y comandante audaz, que nunca se dejó intimidar, tuvo la suficiente humildad para reconocer sus errores y arrepentirse de sus graves pecados. Además, fue compasivo y misericordioso, amó la verdad y la justicia y, sobre todo, tuvo fe y confianza absolutas en su Dios Jehová.

Su juventud. La primera vez que aparece David en el registro bíblico estaba vigilando las ovejas de su padre en un campo próximo a Belén, lo que hace pensar en que fue también en un campo cercano a Belén donde más de un milenio después unos pastores escucharon impresionados el anuncio del ángel de Jehová sobre el nacimiento de Jesús. (Lu 2:8-14.) Samuel, enviado por Dios a la casa de Jesé para ungir a uno de sus hijos como futuro rey, había rechazado a los siete hermanos mayores de David, diciendo: “Jehová no ha escogido a estos”. Por último, se envió a buscar a David, que se hallaba en el campo. Cuando entró —“rubicundo, un joven de hermosos ojos y gallarda apariencia”—, hubo en el ambiente cierta expectativa, porque hasta entonces nadie sabía a qué había ido Samuel. Fue entonces cuando Samuel recibió el siguiente mandato de Jehová: “¡Levántate, úngelo, porque este es!”. De él, precisamente, Jehová dijo: “He hallado a David hijo de Jesé, varón agradable a mi corazón, que hará todas las cosas que yo deseo”. (1Sa 16:1-13; 13:14; Hch 13:22.)

Los años que David pasó como pastorcillo tuvieron una profunda influencia en el resto de su vida. La vida al aire libre le preparó para vivir como fugitivo cuando, más tarde, tuvo que huir de la furia de Saúl. También adquirió destreza en lanzar piedras con la honda, desarrolló aguante y valor, así como una buena disposición para buscar y rescatar a las ovejas que se separaban del rebaño, no dudando en matar a un oso o a un león cuando fue necesario. (1Sa 17:34-36.)

Sin embargo, a pesar de su valor como guerrero, también alcanzó renombre por tocar el arpa y escribir poesía, talentos que quizás cultivó durante las largas horas que pasó cuidando las ovejas. Asimismo, David llegó a ser conocido como diseñador de nuevos instrumentos musicales. (2Cr 7:6; 29:26, 27; Am 6:5.) El amor que David sintió por Jehová elevó sus composiciones muy por encima de un mero entretenimiento, y las convirtió en obras maestras clásicas dedicadas a la adoración y alabanza de Jehová. Los encabezamientos de al menos 73 salmos indican que David fue su compositor; sin embargo, también se le atribuyen otros salmos.  Es muy probable que algunos salmos —por ejemplo, el 8, 19, 23 y 29— reflejen las experiencias de David como pastor.

 

Más tarde, por razones que no se registran, David volvió a la casa de su padre por un período indeterminado. En una ocasión fue a llevar provisiones a sus hermanos que estaban en el ejército de Saúl. En aquel momento el ejército israelita y el filisteo estaban estacionados frente a frente, y David se indignó cuando vio y oyó a Goliat escarnecer a Jehová. Así que preguntó: “¿Quién es este filisteo incircunciso para que tenga que desafiar con escarnio a las líneas de batalla del Dios vivo?” (1Sa 17:26), y después añadió: “Jehová, que me libró de la garra del león y de la garra del oso, él es quien me librará de la mano de este filisteo”. (1Sa 17:37.) Una vez que se le concedió permiso, David, que había matado a un oso y a un león, se encaminó hacia Goliat con las siguientes palabras: “Yo voy a ti con el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel, a quien tú has desafiado”. Al instante, lanzó una piedra con su honda y derribó al paladín enemigo. Entonces, con la propia espada de Goliat, lo decapitó y volvió al campamento con la cabeza y la espada del gigante como trofeos de guerra. (1Sa 17:45-54; GRABADO, vol. 1, pág. 745.)

Fugitivo. Estos acontecimientos en seguida lanzaron a David del anonimato de pastor al protagonismo ante los ojos de todo Israel. Colocado delante de los hombres de guerra, se recibió a David con danzas y regocijo cuando volvió de una expedición victoriosa contra los filisteos. Un canto popular fue: “Saúl ha derribado sus miles, y David sus decenas de miles”. (1Sa 18:5-7.) “Todo Israel y Judá amaban a David”, y Jonatán, el propio hijo de Saúl, celebró con él un pacto de amor y amistad mutuos de por vida, cuyos beneficios se extendieron a Mefibóset y Micá, el hijo y el nieto de Jonatán respectivamente. (1Sa 18:1-4, 16; 20:1-42; 23:18; 2Sa 9:1-13.)

Rey. La trágica noticia de la muerte de Saúl afligió mucho a David. Lo que le entristecía no era tanto la muerte de su enconado enemigo como la caída del ungido de Jehová. A modo de lamento, David compuso una endecha titulada “El arco”. En ella llora la muerte de Saúl, su enconado enemigo, y la de su mejor amigo, caídos juntos en batalla: “Saúl y Jonatán, los amables y los agradables durante su vida, y en su muerte no fueron separados”. (2Sa 1:17-27.)

Luego David se trasladó a Hebrón, donde los ancianos de Judá le ungieron rey sobre su tribu en 1077 a. E.C., cuando contaba treinta años. Is-bóset, hijo de Saúl, fue hecho rey sobre las otras tribus. Unos dos años más tarde, Is-bóset fue asesinado, y sus agresores le llevaron su cabeza a David esperando recibir una recompensa, pero también a ellos se les dio muerte como había ocurrido con el presunto asesino de Saúl. (2Sa 2:1-4, 8-10; 4:5-12.) Este hecho preparó el camino para que las tribus que hasta entonces habían apoyado al hijo de Saúl se uniesen a Judá, y, finalmente, se le unió a David una fuerza que ascendía a 340.822 hombres y lo hicieron rey sobre todo Israel. (2Sa 5:1-3; 1Cr 11:1-3; 12:23-40.)

Gobierna en Jerusalén. David gobernó en Hebrón siete años y medio antes de trasladar la capital por dirección de Jehová a Jerusalén, la fortaleza que les había arrebatado a los jebuseos. Fue allí, en Sión, donde construyó la Ciudad de David, y continuó gobernando otros treinta y tres años. (2Sa 5:4-10; 1Cr 11:4-9; 2Cr 6:6.) Mientras vivía en Hebrón, tomó más esposas e hizo que le devolvieran a Mical, y tuvo con ellas varios hijos e hijas. (2Sa 3:2-5, 13-16; 1Cr 3:1-4.) Después de trasladarse a Jerusalén, se consiguió aún más esposas y concubinas, que, a su vez, le dieron a luz más hijos. (2Sa 5:13-16; 1Cr 3:5-9; 14:3-7.)

Cuando los filisteos oyeron que David era rey de todo Israel, subieron para derrotarle. Como en el pasado (1Sa 23:2, 4, 10-12; 30:8), David inquirió de Jehová si debería ir contra ellos. “Sube”, fue la respuesta, y Jehová irrumpió contra el enemigo con una destrucción tan abrumadora que David llamó al lugar Baal-perazim, que significa “Dueño de Rompimientos a Través” o “Dueño de Irrupciones”. En un enfrentamiento posterior, la estrategia de Jehová cambió y le ordenó a David que diese la vuelta alrededor y atacase a los filisteos por detrás. (2Sa 5:17-25; 1Cr 14:8-17.)